Sección 1.2 En tierra de Incas y virreyes.
Luego de la muerte del Inca Huayna Cápac alrededor de 1525. Enfrentado ya Atahualpa por la sucesión con su hermanastro, el gobernante inca Huáscar, a quien derrota en 1530 en la batalla de Huancavelica; con la consecuente muerte de toda esa familia real. Culminada la guerra civil generada a causa del enfrentamiento de los hermanos incas. Posterior a la conquista del Perú. Pasada ya la captura, secuestro y ejecución del último emperador incaico; el decimotercero de ellos –Atahualpa–; asesinado en la plaza de Cajamarca, el 16 de noviembre de 1532, por Francisco Pizarro y sus hombres (con alguna ayuda de los seguidores de Huáscar). Ya finalizada la guerra civil desatada entre los españoles que invadieron y poblaban el Perú (del 37 al 54): después de todo eso, en la medianía de 1556 llega como tercer virrey del Perú: el marqués de Cañete, Andrés Hurtado de Mendoza. Venía con la obligación de aplicar las «Leyes Nuevas» de 1542; aprobadas por las diligencias de fray Bartolomé de las Casas: básicamente un esfuerzo por proteger a los indígenas; dichas leyes establecían la supresión de las encomiendas y de todo trabajo forzado de los indios (lo que sólo se contuvo con las guerras por la independencia; sin llegar a detenerse).
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Publicadas en Barcelona el 20 de noviembre de 1542, bajo el nombre de: Leyes y ordenanzas nuevamente hechas por su majestad para la gobernación de las Indias y buen tratamiento y conservación de los indios; sustituían a las Leyes de Burgos de 1513.

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El nuevo virrey, entra a Lima con un séquito en procesión de 120 personas (muchos de ellos parientes y amigos); es la «encarnación suprema del estado español en las Indias». Es imposible que Cañete no pensase que, por esos mismos espacios y calles empedradas, arrastraron una década antes la cabeza degollada del primer virrey Blasco Núñez Vela; cuando la sublevación de los encomenderos tiranizada por Gonzalo Pizarro (hermano de Francisco). Estaba consciente del reciente pasado trágico de esas tierras; muchos vagaban descontentos e inconformes, las sublevaciones estaban a la orden del día, eran necesarias medidas drásticas y urgentes para descongestionar el virreinato. Se queja por carta al rey Felipe II, que hay más de 8000 hombres españoles desocupados solicitando cargos y repartimientos: yo no se que orden tenga con ellos, pues se sabe que ni quieren trabajar, ni cavar, ni arar; y dicen que no fueron a aquellas provincias a ello. [60]
El sacerdote neogranadino e historiador del siglo XVII, Lucas Fernández de Piedrahita, señala esa situación:
Lo cierto es que por aquel tiempo estaban derramados por, todas las ciudades del Reino —virreinato de Nueva Granada— muchos de los soldados del Perú, que temiendo por fama la entereza del Marqués de Cañete, habían anticipado su fuga, siempre dispuestos a nuevas inquietudes donde hallasen sombra, por ser la rebelión un vicio de calidad tan nociva, que contraído una vez en el ánimo se conserva con resabios de signo indeleble, pues casi siempre vemos que arroja desesperado la vaina el que con su Rey ha sacado imprudente la espada. [23]

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Cañete cobra las deudas de justicia: ejecuta, expulsa y confina a muchos, «escribe al Duque de Alba —el 19 de septiembre de 1565— informándole que en ese corto período de mandato había degollado, ahorcado o desterrado a más de 800» [60]. Lo que no era suficiente diligencia para desocupar al Perú, por lo que emprende una serie de expediciones (de exploración y conquista) a todos los rincones del virreinato; vieja estrategia que siempre ha funcionado para el caso de entretener a los inconforme. Una de esas jornadas, tuvo por objeto encontrar las ricas tierras de Omagua y Dorado «provincias imaginadas fantásticas»; la más maravillosa y mortificante de las ideas que sembraron los nativos americanos en la mente de aquellos que les pretendieron en el siglo XVI. Luego que se fija lo dorado en la mente del conquistador, los llevará a la tumba; una buena parte fueron los indeseados del virrey; la bulla también arrastró a muchos no tan indeseados.
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La tercera noticia derramaron en los Reinos del Perú, por el año de mil quinientos y cincuenta y siete, ciertos indios Brasiles, que habiendo salido de sus tierras hasta en número de doce mil, diez años antes, con ánimo da buscar provincias en que ensancharse, por no caber en las suyas, después de muchos encuentros de guerra que tuvieron en la jornada (atravesados los Llanos y el Marañon, con dos portugueses por guías o cabos), dieron en un famoso rio, por el cual subiendo arribaron a la provincia de los Motilones, afirmando haber encontrado muchas provincias, y especialmente la de los Omeguas, poderosos en gente y riqueza, quo luego soñaron algunos ser las del Dorado, si bien otros más cuerdos las tuvieren por las mismas que había descubierto Felipe de Utre, de que se originaron los aparatos con quo Pedro de Ursúa, por orden del Virey, Marqués de Cañete, se dispuso para su desgraciada conquista… [23].
Para esa empresa, en 1559 comisionó a Pedro de Ursúa Navarro, nombrándole Gobernador de las tierras por descubrir; no era esa las más importante de las expediciones organizadas, aunque se convirtió en la más afamada y recordada. Piedrahita expone enfático:
… los principales motivos que tuvo el Virrey del Perú para encargar la conquista de los Omeguas al Capitán Pedro de Ursúa, fue sangrar el cuerpo de aquel grande imperio de la sangre corrompida de muchos hombres baldíos, que entre las venas de sus provincias habían quedado como reliquias de los malos humores de Gonzalo Pizarro, Francisco Hernández Girón y don Fernando de Castilla.
Antes de llegar a Perú, Ursúa, además de fundar a Pamplona el 1 de noviembre de 1549, tenía como logro la captura del cimarrón Bayano en Panamá; por órdenes del virrey Cañete en 1556, al cual combate, apresa, reduce y luego envía a España: —¡con una renta sevillana!— . Lejos estaba Ursúa de saber, que a pesar de ser el reductor del “Príncipe Negro” de la Libertad americana (el rey cimarrón Bayano), también le tocaría ser partero del “Príncipe blanco” por la misma Libertad (el rebelde Lope de Aguirre).